La
historia oficial enseña que: “Los primeros bovinos llegaron con Colón a la isla
que bautizó “La Española” (Santo Domingo), donde, favorecidos por la feraz
naturaleza, se reprodujeron con creces. De allí pasaron a Tierra Firme. En el
territorio de la actual Colombia se tiene noticia de las primeras reses
introducidas por Rodrigo de Bastidas en 1525 con destino a su gobernación de
Santa Marta. Desde la ciudad primada se esparcieron por el país con las
expediciones de la conquista. Durante el período colonial el vacuno se
multiplicó a medida que se penetraba en el territorio, para proveer el alimento
básico de los nuevos pobladores, el cual fue adoptado en mayor o menor proporción
por los indígenas (No se consideró como un factor generador de riqueza, pues la
Nueva Granada, dentro del contexto macroeconómico del imperio español, se
organizó como una economía minera y la actividad agropecuaria sólo se estableció
para satisfacer el consumo doméstico. La ganadería creció en forma espontánea,
sin apoyo del Estado y superó de sobra las necesidades alimenticias de la
población”; en síntesis, La ganadería bovina hace parte de la historia de
Colombia, se encuentra en todo el territorio nacional y es considerada como una
de las principales actividades económicas del país.
A pesar
de ser señalada por muchos como la actividad responsable de: La deforestación,
la pérdida de biodiversidad, las emisiones de GEI y las violaciones de los
derechos de los pueblos (indígenas y las comunidades locales) y el
acaparamiento de tierras (Probando que es mentira eso de que las vacas son
sagradas; y que claramente se aprovechara la oportunidad dada por la pandemia
por COVID19 para elevar la temperatura del discurso ecologista y
conservacionista), y cargar los ganaderos con estigmas, lastres y secuelas de
tragedias nacionales ( Ola invernal estigma paramilitar, aftosa, ahora
alteración climática…. Pobres pequeños ganaderos, cuando no es una cosa es
otra); la ganadería ( Conn o sin Covid19) sigue siendo un uso importante de la
tierra y una actividad de vital importancia para garantizar la seguridad
alimentaria y el desarrollo sostenible del país. Y desde hace varios años
inició un proceso de reestructuración camino a aumentar la productividad y
reducir el impacto ambiental a través de sistemas silvopastoriles ( Para acabar
con esa vetusta y nociva práctica de vaca por hectárea); y a crear sistemas de
compensación ambiental por pérdida de biodiversidad ( precisamente para
financiar proyectos forestales, agroforestales y silvopastoriles en áreas
agrícolas y ganaderas)
Hoy nuevamente la crisis se convierte en una oportunidad para nuestro país; ya
que la pandemia del COVID19 ha puesto en riesgo la producción de carne a nivel
mundial ( La propagación del virus impacto directamente en las zonas donde se
encuentran ubicados los frigoríficos de Estados Unidos y Brasil), y según la
FAO y la OCDE la demanda de carne subirá un 10% en los próximos 10 años. Por lo
que tenemos que las “buenas practicas ganaderas” señaladas en el CONPES 3676 DE
2010 y los nuevos protocolos de bioseguridad (Que ya deben ser parte vital de
todo lo que hacemos); pueden lograr que la ganadería sea el sector que
demuestre que luego de esta crisis es posible la recuperación económica, la
generación de empleo y el desarrollo sostenible.
Pero bueno, todo ello depende de la buena voluntad de demostrar (con
responsabilidad social), que la ganadería y en general toda la cadena de suministros
cárnicos seguirán teniendo una gran importancia para la economía (Dada su
contribución al PIB, al empleo y a las exportaciones) y la justa y necesaria
reforma agraria integral; el camino no es nada fácil, pero el primer paso sin
duda es que se deje de estigmatizar la ganadería ( Cuestión bastante
complicada, cuando el dogma de fe para los Tirios es que “Toda la violencia ha
sido producto de la tenencia de la tierra”; y el de los troyanos es que “No
somos Suiza, y estabular es caro e innecesario en un país con nuestra geografía”)
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