Se entiende por diálogo social en sentido
estricto, el conjunto de las relaciones de comunicación, consulta y negociación
entre gobiernos, empleadores y sindicatos sobre cuestiones de interés común. En
sentido amplio el término “diálogo social” se utiliza para referirse a un tipo
de relaciones horizontales entre el Estado y las organizaciones de la sociedad
civil empresas, sindicatos, asociaciones, grupos, comunidades, etc. con el fin
de abordar conjuntamente los problemas sociales y contribuir a elaborar soluciones
fundadas en el consenso, que van más allá de la simple normatividad existente.
("Incidencia del sindicalismo de confrontación en el ejercicio del Derecho
de Asociación Sindical en Colombia entre el año 2000 y el año 2008"); como
se puede ver, haciendo uso de una u otra definición, se observa que son las
organizaciones sindicales las grandes protagonistas del llamado “diálogo
social”, pues en la nueva sociedad de la información, son mucho más que los
simples “representantes de un gremio de
trabajadores, protagonistas de la negociación colectiva y gestores del descontento”.
El artículo 56 de la Constitución crea y regula
la Comisión Permanente de Concertación de Políticas Salariales y Laborales,
como escenario natural donde se debe materializar el diálogo social. Dicha
norma, establece lo siguiente:
“Una comisión permanente integrada por el
Gobierno, por representantes de los empleadores y de los trabajadores,
fomentará las buenas relaciones laborales, contribuirá a la solución de los
conflictos colectivos de trabajo y concertará las políticas salariales y
laborales. La ley reglamentará su composición y funcionamiento”
Nuestra Honorable Corte Constitucional, ha
señalado en muchos de sus fallos que “la comisión permanente integrada por el
gobierno, los empleadores y los trabajadores para fomentar las buenas
relaciones laborales, contribuir a la solución de los conflictos colectivos del
trabajo, y concertar las políticas salariales y laborales, es un escenario
dispuesto por el constituyente como un instrumento de adecuación de las
relaciones del trabajo al marco general del Estado pluralista (art. 1o.), cuyo
elemento esencial más sobresaliente es el de la adopción de mecanismos en
procura de una democracia consensual, en la cual los intereses en juego, en
este caso de tipo laboral, tengan la posibilidad de expresarse, y, en la medida
de las posibilidades de las partes, reconciliar y compatibilizar sus intereses,
contribuyendo de ese modo a bajar el nivel de los conflictos, provocados por su
propia existencia.”
En efecto; una de las funciones de la mencionada
Comisión, es la de preparar los proyectos de ley en materias
sujetas a su competencia, para que el Gobierno los presente al Congreso de la
República ( Literal h del artículo 2 de la Ley 278 de 1996); lo que en buen
romance indica, que los proyectos de ley de reforma laboral, deben surgir del
seno de la Comisión Permanente de Concertación de Políticas Salariales y
Laborales (Precisamente como escenario
tripartito conformado por empleadores, trabajadores y gobierno)
La Ministra de Trabajo, Señora Gloria Inés
Ramírez; afirma que “Aquí no se han presentado reformas a la espalda de nadie,
se han construido con participación de muchos colombianos. Lo que hay que decir
es que ese síndrome de la Coca Cola del desierto se acabó”; pero dicha frase de
ninguna manera explica porque el proyecto de reforma laboral presentado no
surgió de la Comisión Permanente de Concertación de Políticas Salariales y
Laborales, como escenario natural donde se debe materializar el diálogo social.
Los escenarios académicos, los discursos sobre un falso dilema entre derechos
laborales y desarrollo económico, la discusión de hoy sobre los retos del sindicalismo y como NO se
están cumpliendo en Colombia, y los “Diálogos Regionales” convocados por la
Presidencia de la República son iniciativas válidas; pero de ninguna manera son
la materialización del adecuado “diálogo social” que se requiere en nuestro
presente momento histórico, además que por demás, no hacer uso de la
herramienta constitucional adecuada torna ilusorio cualquier iniciativa de
“diálogo social”, convierte en espada lo que debería ser escudo.
No podemos correr el riesgo de repetir un
estado de opinión que ya vivimos… Y que es mucho más peligroso, gracias a los
medios con los que cuentan los gobiernistas de hoy. Por lo que parece, es nuestro Gobierno el que parece sufrir del síndrome de la Coca Cola del desierto.
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